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tiendo mas propiamente, si no me equivoco, en reforzar o arreciar los sonidos, que en extender los tiempos o elevar los tonos. El ársis cargaba sobre aquellos parajes del verso en que, o perpetuamente, como en los primeros incisos del hexámetro heroico, o mas frecuentemente, como en los segundos del verso yámbico, entraban sílabas largas. Pero el movimiento métrico no alargaba las sílabas; porque era obligacion del poeta combinar las palabras de manera que su prolacion natural se conformase con aquel movimiento. Siguese de aquí que, si la conexion del ársis con el acento hubiera sido tan íntima como la que tenia con la cuantidad, el poeta hubiera puesto igual cuidado en construir las palabras de tal manera que sus tonos naturales formasen las modulaciones que el metro exijia. Con arreglo a este principio, se habrian distribuido las cesuras; i las formas favoritas del hexámetro hubieran sido:

Poni pervortentes omnia circumcursant,

Sparsis hastis longis campus splendet et horret;

las cuales no eran mas difíciles que las otras. I pues vemos que esta es cabalmente la estructura que los poetas ponian mas empeño en evitar, i que otro tanto sucedia en casi todas las demas especies de versos; lo mas que puede concederse al ársis en favor de Prisciano, Capela, i Mario Victorino (que no son autoridades de primer órden) es que, por un efecto del impulso que se daba a la sílaba, se levantase un poco el tono, haciéndose lo agudo mas agudo i lo grave ménos grave; pero no tanto que saltase la voz todo el intervalo que separaba lo grave de lo agudo.

Si en algunos metros latinos, como el hexámetro heroico, el pentámetro elejiaco, el senario yámbico, el sáfico, el glicónico i otros, se nota una cierta distribucion regular de acentos, debe tenerse presente, lo primero, que éstos se encuetran tan frecuentemente en la tésis como en el ársis; i lo segundo, que en la lengua latina eran un efecto necesario de la regularidad de las cesuras. Los griegos diferian casi siempre de los lati

*

* Consideremos el efecto de la cesuras en una de las mas comunes

nos en los acentos, i sin embargo se conformaban amenudo con ellos en las cesuras; con que éstas eran de la esencia del metro, nó los acentos.

Como en nuestra pronunciacion latina i griega no se conserva la diferencia de largas i breves, que era natural aun a la del ínfimo vulgo de Roma i de Aténas; como el ritmo consistia en la medida de los tiempos que se gastaban en pronunciarlas; i como las leyes del metro no hacian otra cosa que imprimir cierto carácter i movimiento al ritmo, que era su fundamento i la materia que informaban, claro está que solo podemos percibir oscura i débilmente la belleza i armonía de la versificacion antigua. En latin, la division del período métrico en ciertos miembros por medio de las cesuras acarrea, como hemos observado, cierta especie de uniformidad en la acentuacion, que no deja de agradar al oído, pero que, en todos los versos que no tienen número fijo de sílabas, se acerca mas a la medida informe i ruda de nuestro poema del Cid, que a la regularidad exacta a que estamos acostumbrados en la versificacion moderna. Contraigámonos al hexámetro heroico. El acento de la sexta ársis, que para los latinos caia casi constantemente en un mismo paraje del verso, para nosotros, que damos a todas las sílabas una duracion sensiblemente igual, viene unas veces mas temprano i otras mas tarde, segun el número de espondeos que hai en él. Lo mismo se aplica a los acentos que suelen ocurrir en otros parajes. En suma, lo que para los latinos era exactamente comensurable, sin dejar por eso de ser vario; para nosotros no puede tener regularidad alguna, sino cuando a fuer

formas del yámbico trímetro, que los romanos llamaban senario; es a saber:

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Dadas estas cesuras i piés, el acento latino caia necesariamente sobre los lugares que he señalado; pero en griego, con los mismos datos, admitia muchisimas variaciones; que, si no me engaño en el cálculo, subian a cincuenta i cuatro, prescindiendo de las diferencias de tono, indicadas por las señales 1, ; i considerando el tono como verdaderamente grave, subian a ciento cuarenta i cuatro.

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za de lectura, nos hemos formado un gran número de modelos o tipos, a que referimos las diversísimas formas de que es sus ceptible cada metro; en las cuales no puede hallar nuestro oído aquella uniformidad de ritmo, que nacia de la compensasion de largas i breves. En estos versos:

Formosam resonare doces Amaryllida silvas,

Constitit atque oculis Phrygia agmina circumspexit,
Amphion Dircæus in Actæo Aracyntho,

que formaban una misma especie de período métrico, i lo que es mas, se componian de cláusulas rítmicas de una misma especie, el que no haya estudiado la prosodia i versificacion antigua apénas hallará la mas lijera semejanza; i si con el tiempo llega a hacerse agradable esta incomensurable variedad de cadencias, es porque el lector se acostumbra a cada una de ellas, i adquiere la facultad de reconocerlas, segun se le presentan; de la misma suerte que reconoceria cada diferente especie de verso en una composicion mezclada de muchos, que le fuesen de antemano familiares.

Hablo aquí meramente del placer del oído; i no pretendo dis putar el grado superior de deleite que experimentan los que están bastantemente familiarizados con la prosodia griega i latina para percibir instantáneamente si las cuantidades que entran en un período métrico son todas lejítimas o nó. Para los que poseen esta ventaja, cada sílaba tiene su carácter, i el verlas figurar conforme a él en combinaciones artificiosas, no puede ménos de causarles placer, tanto porque el entendimiento contempla en ello regularidad i órden, como porque se halla en estado de avaluar la dificultad vencida. Pero este placer es puramente intelectual. Sé tambien que el conocimiento de las cuantidades redunda en beneficio del oído, haciendo que al leer el verso retardemos o apresuremos las sílabas para compensar en algun modo el peso con el número. Pero este mismo partido que sacamos de las cuantidades, i lo que gana con él, aun en nuestra imperfecta pronunciacion, la armonía de los versos antiguos, es una prueba experimental de la doctrina comun de los gramáticos, i del engaño que padecen los que

quieren reducir el ritmo griego i latino a la regularidad de los

acentos.

Pasando de los versos latinos a los griegos, aquellas vislumbres de armonía que nacen de la acentuacion nos abandonan, i quedamos enteramente a oscuras. Entre dos hexámetros acentuados a la griega, no hai amenudo mayor semejanza por lo que respecta a los tonos, que entre un senario i un hexámetro latinos. En estos dos hexámetros:

Ἠύτε πῦρ ἀΐδηλον ἐπιφλέγει ἄσπετον ὕλην,

Ὡς ἄρα φωνήσα ἵμασεν καλλίτρικας ἵππους,

las cadencias de Homero se asemejan a las de Virjilio; pero en estos otros:

Ὡς ἄρα φωνήσαντε, καθ ̓ ἵππων αίξαντε,

Χεῖρας τ ̓ ἀλλήλων λαβέτην, καὶ πιστώσαντο,

la acentuacion es parecida a la del senario latino. Para evitar este inconveniente, se sigue en muchas escuelas la práctica de entonar el verso griego a la latina, que es en realidad engañarse, i querer suplir con una armonía extranjera al idioma de los griegos la que el trascurso de los tiempos ha hecho desaparecer de sus obras. Si nos acostumbrásemos a la que resulta de la regularidad de las cesuras, i de la compensacion de largas i breves, acaso no sería necesaria semejante ilusion.

OPÚSC.

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