صور الصفحة
PDF
النشر الإلكتروني

ducen dentro de ciertos límites alteraciones en el juego natural de la máquina, de las que resultan series i combinaciones parciales de sonidos. Esta máquina es una imájen del mundo corpóreo, segun lo conciben los materialistas (comprendiendo bajo este título a todos los que reconocen la existencia sustancial de los cuerpos, sea que reduzcan a ellos cuanto existe, o que admitan otras clases de cosas); las teclas son los cuerpos; los sonidos son las sensaciones; los ajentes extraños son las almas a cuyas voliciones es dado imprimir movimientos parciales al mundo material, i por medio de ellos hacer servir la materia a sus necesidades i comunicar entre sí. Las leyes de la naturaleza corpórea están encarnadas en seres reales, sustanciales, a que damos el nombre de cuerpos o de materia.

Para los idealistas, que pudieran llamarse con mas propiedad espiritualistas, no existe la máquina de que hemos hablado. Esas leyes que los partidarios de la materia sustancial han colocado en las teclas, las colocan ellos directamente en los sonidos. El universo corpóreo no existe para ellos, sino en las leyes primitivamente impuestas por el criador a las sensaciones, leyes que producen directamente los encadenamientos i conjunto de sensaciones que nos atestigua la conciencia, leyes cuya actividad puede ser hasta cierto punto modificada por las voliciones de los espíritus sin intermedio alguno.

La razon sin la revelacion nada tiene que la decida a preferir el sistema materialista al idealista o vice-versa. Ambos son igualmente posibles; i ambos explican igualmente bien las apariencias fenomenales. Pero el sistema idealista es el mas sencillo de los dos; la materia sustan

cial es una suposicion ociosa; el sér supremo no necesitaba de su instrumentalidad para que sintiésemos lo que sentimos, para que se desarrollase la vida animal con todas las modificaciones i vicisitudes de que es susceptible, para que existiese la sociedad civil con sus ciencias i artes, i para que el destino del hombre, la verdad, la virtud, fuesen exactamente lo que son. Decimos la razon sin la revelacion, pues el dogma católico de la transubstanciacion contradice abiertamente al idealismo. Así el protestante Berkeley, que, no contento con la posibilidad de su sistema, se aventuró a sostener su existencia actual, lo miraba como un poderoso argumento contra las doctrinas de la iglesia romana.

Premitidas estas consideracionss, continuemos nuestro exámen.

«Salta a los ojos, dice Bálmes, que debe de ser errónea una ciencia que se oponga a una necesidad i contradiga un hecho palpable; no merece el nombre de filosofía la que se pone en lucha con una lei que somete a su indeclinable imperio la humanidad entera, incluso el filósofo que contra esta lei se atreve a protestar. Todo lo que ella puede decir contra esa lei será tan especioso como se quiera; pero no será mas que una vana cavilacion, cavilacion que, si la flaqueza del entendimiento no bastare a deshacer, se encargaria de resistirla la naturaleza.»

Todo eso está mui bien dicho contra los que negaren o dudaren que nuestras sensaciones deben precisamente tener causas i que esas causas no dependen de nosotros, que no podemos sustraernos a ellas, sino dentro de una esfera limitadísima i valiéndonos de ellas mismas. Pero nada vale contra el sistema idealista ra

cional, que no se opone a ninguna necesidad, ni contradice a ningun hecho palpable. ¿Qué necesidad sentimos de suponer que las sensaciones son producidas por seres a parte, i no por leyes jenerales que bajo ciertas condiciones las 'eterminan? Los materialistas suponen, digámoslo así, dos dramas, de los cuales el que pasa en los sentidos es una traduccion de otro que pasa fuera del alcance de éstos, i de que nada sabríamos, si no se nos revelase por el primero. Pero, si basta el primero para la satisfaccion de todas nuestras necesidades, ¿en qué acepcion es necesario el segundo? ¿Hai algun instinto irresistible que nos haga figurarnos bajo cada sensacion un no-yo que existe como el yo, i que destituido de sensibilidad i de entendimiento, apénas puede definirse i concebirse? La naturaleza no nos ha dado instintos superfluos; i ninguno lo sería mas que el que indicase al hombre una verdad metafísica que no puede servirle de nada.

El idealismo, repetimos, no contradice a ningun hecho palpable. Palpamos ciertamente causas externas, esto es, experimentamos sensaciones de tactilidad que tienen causas distintas del alma que siente; sobre esto, no cabe duda; lo que la admite es la naturaleza de estas causas; i la razon humana no tiene medio de explorarla. Decir que el idealismo se opone a un hecho palpable, es hablar el lenguaje del vulgo. La tactilidad es en el concepto vulgar la esencia de la materia. Decir a un hombre que la materia no existe realmente, sería como decirle que no experimentamos sensaciones táctiles; sería negarle un hecho de que le es imposible dudar. Pero este es un hecho que los idealistas no niegan; lo que niegan está mas allá. Así el fondo de la cuestion entre

materialistas e idealistas es una quisquilla metafísica, que, no solo carece de todo valor en la vida, sino que tampoco sirve para nada en la ciencia. Lo que importa en este asunto, es fijar la idea de lo que se disputa. Hecho esto, se percibirá fácilmente que las dos escuelas. contienden sobre una cuestion incomprensible, cuya existencia o no existencia a nada conduce, ni teórica, ni prácticamente.

El grande argumento de Bálmes es la diferencia entre las sensaciones recordadas por la memoria i las sensaciones actuales. Sobre las unas, tiene imperio la voluntad; sobre las otras, no lo tiene.

«Estoi experimentando, dice, que se me representa un cuadro, o en lenguaje comun, veo un cuadro que tengo delante. Supongamos que este sea un fenómeno puramente interno, i observemos las condiciones de su existencia, prescindiendo de toda realidad externa, inclusa la de mi cuerpo, i de los órganos por los cuales se me trasmite, o parece trasmitirse la sensacion. Ahora experimento la sensacion; ahora nó: ¿qué ha mediado? la sensacion de un movimiento que ha producido otra sensacion de ver, i que ha destruido la vision primera; o pasando del lenguaje ideal al real, he interpuesto la mano entre los ojos i el objeto. ¿Cómo es que, mientras hai la sensacion última, no puedo reproducir la primera? Si existen objetos exteriores, si mis sensaciones son producidas por ellos, se ve claro que estarán sujetas a las condiciones que los mismos les impongan; pero, si mis sensaciones no son mas que fenómenos internos, entónces no hai medio de explicarlo.»

La explicacion es obvia. Ha mediado una volicion: la volicion ha producido una alteracion con cierto encade

namiento de sensaciones. ¿No reconocen los idealistas que las voliciones de los espíritus modifican a las leyes naturales, alterando las condiciones de su actividad, i subordinándolas dentro de ciertos límites (estrechísimos sin duda) al imperio del hombre?

De este argumento, elegantemente amplificado, concluye Bálmes «que los fenómenos independientes de nuestra voluntad, i que están sujetos en su existencia i en sus accidentes a leyes que nosotros no podemos alterar, son efecto de seres distintos de nosotros mismos.>> Si seres significa sustancias materiales, negado: las premisas de Bálmes no encierran semejante consecuencia, porque todos esos fenómenos en su existencia i sus accidentes pueden ser efecto de leyes jenerales dictadas por el Sér Supremo, que, dadas ciertas condiciones, produzcan en cada punto del espacio los fenómenos internos de que las almas tienen conciencia.

«Si el sistema de los idealistas ha de subsistir, dice el autor de la Filosofia Fundamental, es preciso suponer que ese enlace i dependencia de los fenómenos que nosotros referimos a los objetos externos, solo existe en nuestro interior, i que la causalidad que atribuimos a los objetos externos, solo pertenece a nuestros propios actos.

«Tirando de un cordon que está en el despacho, hace largos años que suena una campanilla, o en lenguaje idealista, el fenómeno interno formado de ese conjunto de sensaciones en que entra eso que llamamos cordon i tirar de él, produce o trae consigo ese otro que apellidamos sonido de la campanilla. Por el hábito, o una lei oculta cualquiera, existirá esa relacion de dos fenómenos cuya sucesion nunca interrumpida nos causa la ilusion

OPUSC.

5*

« السابقةمتابعة »