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preceptos dramáticos, bien que no se asemejase a un devoto escrupuloso que considera como pecado grave la accion mas inocente.

Indudablemente queria la pureza, la regularidad i la fijacion del castellano; pero se sometia al uso de la jente ilustrada i al desenvolvimiento inevitable de una lengua viva.

Sus ideas sobre esta materia están consignadas con la mayor claridad en unos apuntes que sacó para redactar una crítica minuciosa del Diccionario de Galicismos, escrito por don Rafael María Baralt.

Es de sentir que esos apuntes hayan pasado apénas de la letra A, i que no hayan sido completados i revisados por su eminente autor, pero, así i con todo, serán leídos con interes i provecho.

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Este es un libro que hacía falta en los países castellanos de uno i otro hemisferio, i que celebramos haya tenido aceptacion en Santiago, que no era donde ménos se necesitaba. Predicadores, abogados, catedráticos, historiadores, poetas, periodistas, este libro es un exámen de conciencia, que, si la vuestra no está de todo punto extragada, os hará mas mirados en el uso del habla, i mas cautos contra el contajio de los malos ejemplos. De mí puedo asegurar que, leyéndolo, me ha sucedido mas de una vez decirme a mí mismo: Peccavi.

Tiene el Diccionario de Galicismos, entre otras recomendaciones, la de leerse con gusto i hacerse perdonar,

por la tersa i luminosa doctrina que contiene, la severidad con que nos echa en cara nuestros deslices i frajilidades; si bien hallo de cuando en cuando excesiva la severidad, no enteramente segura la doctrina, i algo arbitrarios los fallos. Excepciones hai que, en igualdad de circunstancias, se admiten i se rechazan, i principios tambien, ya expresos, ya implícitos, que no me parecen fundados en razon.

Prohibir absolutamente la introduccion de voces i frases, vocablos i modos de decir cinctutis non exaudita Cethegis, sería lo mismo que extereotipar las lenguas, sería sofocar su natural desenvolvimiento.

Son las lenguas como cuerpos organizados que se asimilan continuamente elementos nuevos, sacándolos de la sociedad en que viven, i adaptándolos bajo la forma que es propia de ellas a las ideas que en ésta dominan, renovadas incesantemente por influencias exteriores, como la atmósfera de que los vejetales se alimentan. Pero no debemos dar demasiada latitud a esa semejanza, llevándola mas allá de lo que conviene a la fácil, breve i lúcida enunciacion del pensamiento. Es una condicion reconocida para lejitimar la introduccion de un vocablo o frase nueva su necesidad o utilidad, por manera que se logre con ella señalar un objeto, expresar una idea, adecuadamente, sin anfibolojía, sin rodeos, cuando la lengua no tiene otro modo de hacerlo. Figurémonos lo fecunda que sería de incertidumbres i perplejidades una lengua caprichosa, de frases i modos de decir exóticos, en que tropezase a cada paso el lector, obligándole a una atencion desacostumbrada i penosa. El lenguaje tiene su belleza propia, que se desluce con afectadas galas, i solo consiente aquéllas que le sientan bien por

que convienen a su conformacion i fisonomía nativas. Pero, de todas las novedades, las que mas daño hacen son las acepciones nuevas que se dan a las voces cuya significacion ha fijado la lengua. Bajo este aspecto, merecen tenerse presentes muchos de los artículos del Diccionario de Galicismos; pero hai algunos en que su sabio autor nos parece excesivamente escrupuloso. ¿Por qué no ha de poder decirse, por qué ha de ser malo: abandonar un sistema erróneo, abandonar un método embarazoso, abandonarse a la voluntad de la Providencia? Algunas de las sustituciones propuestas por el señor Baralt me parecen poco felices. Renunciar esperanzas es admisible, aunque no necesario; pero renunciar sistemas! renunciar métodos! Abandonarse en manos de la Providencia es mas castizo i mas expresivo, sin que por eso deba condenarse como vicioso abandonarse a la voluntad de la misma, o mas frecuente i mejor abandonarse a ella, i si pusiésemos el cielo en lugar de la Providencia, ¿le daríamos tambien manos para abandonarnos a ellas? No estamos obligados a decir siempre lo mejor; basta lo bueno.

En jeneral, lo que deja mas que desear en este libro es la conversion de frases que se condenan justa o injustamente como galicismos a frases castellanas. ¿A quién satisfacerá que, en lugar de desilusionar, se diga, no ya desengañar, que se le acerca ciertamente, aunque no alcance a significar lo mismo, sino ilustrar, instruir, advertir?

He dicho que los significados nuevos dados a palabras conocidas i usuales constituyen imperdonables neolojismos. Pero téngase presente que una acepcion metafóri

OPÚSC.

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ca, si la metáfora es lejítima, no es una acepcion nueva. El primero que dijo matar la luz empleó una bella metáfora, sin uso alguno; i tan feliz pareció este uso de matar, que, a fuerza de repetirse, tomó el carácter de propio, i como tal lo reconoce la Academia. La metáfora sujiere simultáneamente dos ideas: la que corresponde a la voz propia i la de la imájen presentada por la voz metafórica; i si no es grande i obvia la semejanza entre las dos, la expresion es oscura, i por consiguiente, viciosa. Apagar la vida me parece hallarse en el mismo caso que matar la luz, aunque no mencionado ni como propio, ni como metafórico en el diccionario académico.

Si es permitida la introduccion de vocablos nuevos, convendrá averiguar ante todo qué condiciones los lejitiman.

La primera es la necesidad o utilidad. Si para expresar una idea tenemos que valernos de una perifrasis, nadie negará la conveniencia de crear o adoptar un signo que la dé a conocer concretadamente i sin rodeo. Si se trata de un animal recientemente conocido, de una planta exótica naturalizada en nuestro suelo, de una máquina o de un utensilio nuevo, de un objeto cualquiera que hasta ahora no ha tenido nombre en la lengua, es necesario dárselo, sea que lo saquemos de otra lengua antigua o moderna, sea que lo formemos sin salir de la nuestra.

La segunda de dichas condiciones es que se dé al recien formado vocablo una fisonomía, en cuanto posible fuese, castellana; bien que en esta materia es necesario dar mas libertad i amplitud al lenguaje de las ciencias i artes. Las ciencias son cosmopolitas; i en ellas importa

mucho que lo que se escribe en un país se entienda perfectamente en los otros, de manera que una voz técnica haga nacer en la mente del lector, a cualquier nacion que pertenezca, la idea que le tiene asignada la ciencia, sin diferencia alguna, lo cual lograríamos sin duda mucho mas fácilmente empleando la misma voz, con una nominacion castellana, que traducirla por otra equivalente. Así, aunque aparasolado, por ejemplo, significa de un modo mui castellano i mui pintoresco la disposicion de las flores de ciertas plantas, en obras de botánica destinadas a los que cultivan esta ciencia, me pareceria mas conveniente umbela que parasolado, i plantas umbeladas que plantas aparasoladas, para indicar esta disposicion de las flores. Por la misma razon, preferiria yo hojas o flores verticiladas a hojas o flores de anada o rodaje. Pero es preciso que, al castellanizar una voz técnica, lo hagamos con el debido discernimiento. A cierto órden de reptiles, llaman los naturalistas en latin saurii, en frances sauriens; i nosotros debemos llamarlos saurios, tomando la voz latina (parce detorta, como recomienda Horacio), no saurianos, ni mucho menos sorianos como ha hecho un estimable naturalista de nuestros dias. Extiéndese esto mismo a los nombres propios.

Presupuesta la conveniencia de un vocablo nuevo, yo no escrupulizaria formarlo de una raíz castellana, segun los modos de derivacion que se usan c,munmente en nuestra lengua, i a que se desarrolle su organizacion, comola de las plantas en sus ramas, vástagos i flores. Una vez admitido impresionar, como verbo activo derivado de impresion, ¿por qué no admitiríamos a impresionable, como nombre verbal derivado de impresionar? El señor Baralt toma, creo, bajo su proteccion a impresionable,

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