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CAPÍTULOS XLVIII-XLIX

DONDE SE TRATA DEL DISCRETO COLOQUIO QUE SANCHO PANZA TUVO CON SU SEÑOR DON QUIJOTE.

A ESTE punto llegaban, cuando, adelantándose el Barbero, llegó a ellos, y dijo al Cura:

-Aquí, señor Licenciado, es el lugar que yo dije que era bueno para que, sesteando nosotros, tuviesen los bueyes fresco y abundoso pasto.

-Así me lo parece a mí-respondió el Cura.

Y diciéndole al Canónigo lo que pensaba hacer, él también quiso quedarse con ellos, convidado del sitio de un hermoso valle que a la vista se les ofrecía. Y así por gozar de él como 10 de la conversación del Cura, de quien ya iba aficionado, y por saber más por menudo las hazañas de don Quijote, mandó a algunos de sus criados que se fuesen à la venta que no lejos de allí estaba, y trajesen de ella lo que hubiese de comer, para todos, porque él determinaba de sestear en aquel lugar aquella 1s tarde; a lo cual uno de sus criados respondió que la acémila del repuesto, que ya debía de estar en la venta, traía recado bastante para no obligar a tomar de la venta más que cebada. -Pues así es dijo el Canónigo, llévense allá todas las cabalgaduras, y hacer volver la acémila.

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Desunció luego los bueyes de la carreta el boyero, y dejólos andar a sus anchuras por aquel verde y apacible sitio, cuya frescura convidaba a quererla gozar, no a las personas tan encantadas como don Quijote, sino a los tan advertidos y discretos como su escudero; el cual rogó al Cura que permitiese que su señor saliese por un rato de la jaula. El Cura,

dijo que de muy buena gana haría lo que le pedía, si no temiera que en viéndose su señor en libertad había de hacer de las suyas, e irse donde jamás gentes le viesen.

-Yo le fío de la fuga-respondió Sancho.

Y yo y todo-dijo el Canónigo-; y más si él me da la s palabra como caballero de no apartarse de nosotros hasta que sea nuestra voluntad.

—Sí, doy-respondió don Quijote, que todo lo estaba escuchando ; cuanto más que el que está encantado, como yo, no tiene libertad para hacer de su persona lo que quisiere, porque el que le encantó le puede hacer que no se mueva de un lugar en tres siglos; y si hubiere huído, le hará volver en volandas. Y que, puesto era así, bien podían soltarle.

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Tomóle la mano el Canónigo, aunque las tenía atadas, y debajo de su buena fe y palabra le desenjaularon, de que él is se alegró infinito; y lo primero que hizo fué estirarse todo el cuerpo, y luego se fué donde estaba Rocinante, y dándole dos palmadas en las ancas, dijo:

-Aun espero en Dios y en su bendita Madre, flor y espejo de los caballos, que presto nos hemos de ver los dos cual 20 deseamos: tú con tu señor a cuestas, y yo encima de ti, ejercitando el oficio para que Dios me echó al mundo.

Y diciendo esto don Quijote, se apartó con Sancho.

Mirábalo el Canónigo, y admirábase de ver la extrañeza de su grande locura, y de que en cuanto hablaba y respondía 25 mostraba tener bonísimo entendimiento; solamente venía a perder los estribos, como otras veces se ha dicho, en tratándole de caballería. Y así, movido de compasión, después de haberse sentado todos en la verde yerba para esperar el repuesto del Canónigo, le dijo:

-¿Es posible, señor hidalgo, que haya podido tanto con vuestra merced la amarga y ociosa lectura de los libros de caballerías, que le hayan vuelto el juicio de modo que venga a creer que va encantado, con otras cosas de este jaez, tan

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lejos de ser verdaderas como lo está la misma mentira de la verdad? Y ¿cómo es posible que haya entendimiento humano que se dé a entender que ha habido en el mundo aquella infinidad de Amadises, y aquella turbamulta de tanto famoso s caballero, tantos gigantes, tantas inauditas aventuras, tanto género de encantamientos, tantas princesas enamoradas, tantos escuderos condes, y, finalmente, tantos y tan disparatados casos como los libros de caballerías contienen? De mí sé decir que cuando los leo, en tanto que no pongo la imaginaTo ción en pensar que son todos mentira y liviandad, me dan algún contento; pero cuando caigó en la cuenta de lo que son, doy con el mejor de ellos en la pared, y aun diera con él en el fuego, si cerca o presente le tuviera. Y aun tienen tanto

atrevimiento, que se atreven a turbar los ingenios de los dis15 cretos y bien nacidos hidalgos, como se echa bien de ver por lo que con vuestra merced han hecho, pues le han traído a términos que sea forzoso encerrarle en una jaula y traerle sobre un carro de bueyes, como quien trae o lleva algún león o algún tigre de lugar en lugar, para ganar con él dejando que 20 le vean. ¡Ea, señor don Quijote, duélase de sí mismo, y redúzcase al gremio de la discreción, y sepa usar de la mucha que el Cielo fué servido darle.

Atentísimamente estuvo don Quijote escuchando las razones del Canónigo; y cuando vió que ya había puesto fin a ellas, 25 después de haberle estado un buen espacio mirando, le dijo:

-Paréceme, señor hidalgo, que la plática de vuestra merced se ha encaminado a querer darme a entender que no ha habido caballeros andantes en el mundo, y que todos los libros de caballerías son falsos, e inútiles para la república, y que yo 30 he hecho mal en leerlos, y más mal en imitarlos, habiéndome puesto a seguir la durísima profesión de la caballería andante, que ellos enseñan, negándome que no ha habido en el mundo Amadises, ni de Gaula ni de Grecia, ni todos los otros caballeros de que las escrituras están llenas. Añadió también vues

tra merced, diciendo que me habían hecho mucho daño tales libros, pues me habían vuelto el juicio y puéstome en una jaula, y que me sería mejor hacer la enmienda y mudar de lectura, leyendo otros más verdaderos y que mejor deleitan y enseñan.

-Así es- dijo el Canónigo.

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Pues yo-replicó don Quijote-hallo por mi cuenta que el sin juicio y el encantado es vuestra merced, pues se ha puesto a decir tantas blasfemias contra una cosa tan recibida en el mundo y tenida por tan verdadera, que el que la negase, como 10 vuestra merced la niega, merecía la misma pena que vuestra merced dice que da a los libros cuando los lee y le enfadan. . . . Admirado quedó el Canónigo de oír la mezcla que don Quijote hacía de verdades y mentiras, y de ver la noticia que tenía de todas aquellas cosas tocantes a los hechos de su andante 15 caballería, y así le respondió:

-No puedo yo negar, señor don Quijote, que no sea verdad algo de lo que vuestra merced ha dicho, especialmente en lo que toca a los caballeros andantes españoles. En lo de que hubo Cid no hay duda, ni menos Bernardo del Carpio; pero 20 de que hicieron las hazañas que dicen, creo que la hay muy grande.

CAPÍTULO L

DE LAS DISCRETAS ALTERCACIONES QUE DON QUIJOTE Y EL CANÓNIGO TUVIERON, CON OTROS SUCESOS.

¡BUENO está eso!-respondió don Quijote. Los libros que están impresos con licencia de los reyes y con aprobación de aquellos a quien se remitieron, y que con gusto general son leídos y celebrados de los grandes y de los chicos, de los letra5 dos e ignorantes, finalmente, de todo género de personas de cualquier estado y condición que sean, ¿habían de ser mentira, y más llevando tanta apariencia de verdad, pues nos cuentan el padre, la madre, la patria, los parientes, la edad, el lugar y las hazañas, punto por punto y día por día, que el tal Io caballero hizo, o caballeros hicieron? Calle vuestra merced, no diga tal blasfemia, y créame que le aconsejo en esto lo que debe de hacer como discreto, sino léalos, y verá el gusto que recibe de su leyenda. Si no, dígame: ¿hay mayor contento que ver, como si dijésemos, aquí ahora se muestra delante de 15 nosotros un gran lago de pez hirviendo a borbollones, y que del medio del lago sale una voz tristisima que dice: "Tú caballero, quienquiera que seas, que el temeroso lago estás mirando, si quieres alcanzar el bien que debajo de estas negras aguas se encubre, muestra el valor de tu fuerte pecho y arrójate en mitad 20 de su negro y encendido licor: porque si así no lo haces, no serás digno de ver las altas maravillas que en sí encierran y contienen los siete castillos de las siete hadas que debajo de esta negrura yacen"? ¿Y que apenas el caballero ha acabado de oír la voz temerosa, cuando, sin entrar más en cuentas consigo, sin 25 ponerse a considerar el peligro a que se pone, y aun sin despo

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